miércoles, 28 de mayo de 2008

La lluvia de Santiago, se veía distinta desde el segundo piso del Museo. No tenía el drama de los noticieros, ni la urgencia de los caminantes de la ciudad. Era una lluvia tranquila, sin sonido, que caía en un patio colonial. De pronto todo se lleno de alegría cuando aparecieron los niños. Esta vez, estaríamos los voluntarios y las familias en una sola jornada. Busqué entre ellos a la familia que acompañe la primera vez y me encontré con sus sonrisas amables y sus saludos cariñosos. Por fin pude aprender el nombre de sus niños, Mohammad de 5 años y su hermanita Muna de 2 no paraban de reírse de mí cada vez que intentaba decir Mohamaad (que debe estar igual de mal escrito como lo pronuncio).
Me encantó estar con los niños, ver sus sonrisas, sus risas, sus peleas, tan niños como deben ser. Sin más preocupaciones que las de hacer un dibujo, jugar en una ronda o las juegos que les proponían las “tías y tíos”. Eso es lo que espero para ellos, que sus preocupaciones sean las que todo ser humano debería tener, preocupaciones cotidianas sin el drama de una guerra y sin la tristeza de sentirse eternamente refugiados.
Un trovador dijo que la Esperanza es el sueño de un hombre despierto, bienvenidos todos los sueños que harán este mundo una realidad mejor.

Ana María Olivares
Coordinadora Ejecutiva MBA
Escuela de Postgrado, Economía y Negocios
Universidad de Chile