viernes, 6 de junio de 2008

El sábado pasado fuimos al zoológico con las familias, pero ya desde antes de salir, cuando esperábamos a las personas que viven en Ñuñoa, ellos nos brindaron su cálido afecto y acogida. Yo en particular esperé adentro de la casa de Mona, con sus nietas Isra y Tabara y las mamás de las niñas. Esta vez nos acompañó una niña de la Colonia Palestina que habla árabe y español, así que con su ayuda pudimos, por fin, conversar, y me enteré de los detalles que no había podido entender la vez anterior: el aprentesco exacto entre ellos, las edades de los niños, etc. A su vez Isra me preguntó cuántos años tenía yo, y cuando nuestra improvisada intérprete le dijo la respuesta, no sabía si reírme o llorar, pues toda su cara y actitud corporal, sus ojos claros muy abiertos, todo su ser parecía gritar "¿TANTO?!".

En el Zoológico creo que todos, niños y adultos, la pasamos muy bien. Todos nos reíamos, los niños gritaban y corrían de un lado para otro. Recuerdo que se rieron porque uno de los animalitos, un roedor que nosotros teníamos en el zoológico como una curiosidad, era habitué del campamento de Al Tanaf. Todos los niños tenían ganas de ver al león, y esa fue una de las últimas paradas del recorrido.

Para terminar, una escena que me parece muy decidora: durante el camino de regreso, un chico (se me confunden los nombres aún) parecía enzarzado en una discusión infantil con el hijo de una voluntaria, que se había sumado al paseo y que desde luego no habla árabe. El niño palestino decía "¡ana!" (tú), y el niño chileno, mezclando los dos idiomas, contestaba "no, ¡ana!".