Pensé que todo sería un fracaso, que era inútil tratar de unirlos, pero de todas maneras lo intenté. Subí al vehículo de mi padre. Estaba nerviosa así que él me acompañaría.
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En el camino conversamos muchas cosas. Sobre la vida, el dolor, la injusticia humana y las grandes miserias por las que mucha gente, debe pasar día a día. Él iba con los ojos húmedos. Es sensible y le cuesta entender cómo funciona el mundo actual, la intolerancia, las guerras, la ambición de poder, sobre todo cuando está en juego el desarrollo y vida de los niños.
Después de 30 minutos llegamos al hogar de Ommar y Asma. Sus hijos, Ebrahim y Ahmed, abrieron la puerta, saludaron a mi papá con una sonrisa en su cara y lo hicieron pasar. Todos estaban listos, así que fuimos a la camioneta y viajamos hacia mi casa, Colina.
Los niños estaban felices. Creo que desde que llegaron desde el campamento de Al Tanaf, ubicado en la frontera de Siria con Iraq, nunca los había visto tan ansiosos y comunicativos. Todo lo preguntaban.
Ommar y Asma se dedicaban a observar. Sólo cuando cruzamos el peaje intentaron comunicarse en español. Mi papá también venía callado. Estaba fascinado escuchando como hablaban.
Después llegamos a mi casa y mis nervios aumentaron. Ahí estaba mi madre, mi abuelita, mi hermano, mis tíos y un cóctel que esperaba por ellos. Dentro de mi pensaba…Estamos en el Ramadán, los palestinos no comerán nada, mi mamá se quedará con todos sus preparativos y lo peor es que nadie en mi familia sabe hablar inglés para que puedan comunicarse un poco mejor.
Por suerte, nada de eso ocurrió. Todos pudieron disfrutar tanto de esa instancia, como del almuerzo.
Fue muy agradable sentir que mi familia palestina, a pesar de sus culturas y tradiciones, pudo adaptarse a mi familia chilena. Se comunicaron e incluso pudieron entender las bromas que mi papá les hacía. Asma abrazaba a mi abuelita, se preocupaba de que nada le faltara en su plato y pudo explicarle a mi madre la pena de tener a su mamá y sus hermanas lejos (en Bagdad, Iraq).
Después de la comida vinieron las fotos y las cuecas. Bailamos por más de una hora, hasta que los niños aprendieron nuestra danza nacional. El entusiasmo no se quedó ahí. Aún faltaba un paseo en bicicleta y una salida al cerro que los dejó exhaustos.
De todo el tiempo que llevo en el voluntariado, y de todo lo que he compartido con ellos, creo que nunca los había visto tan felices. Ahmed y Ebrahim subieron muy rápido. Corrían como animalitos sin orientación hasta que mi papá les enseñó a como caminar para no caerse y como bajar.
Ommar y Asmah se fueron por un camino más largo, pero desde arriba del cerro podía escuchar sus carcajadas.
Ommar y Asmah se fueron por un camino más largo, pero desde arriba del cerro podía escuchar sus carcajadas.
Cuando regresamos de nuevo a casa, pude ver el brillo en los ojos de los 4.
Luego volvimos a tomar once y finalmente llevamos de vuelta a su casa en Recoleta.
Luego volvimos a tomar once y finalmente llevamos de vuelta a su casa en Recoleta.
Esta es una experiencia. Esta es mi experiencia y quedé feliz. Sentí que de verdad lo había conseguido. Pude lograr que mi familia, que poco conoce de los árabes, entendiera un poco en qué consiste ser voluntario y que además, se impregnaran de ese deseo de hacer sentir a estos palestinos que tienen a una familia que los apoya, que no los dejará solo frente a las adversidades que aparecen cuando se llega a un nuevo país a formar patria".