Anochece sobre la Catedral. Viernes. El alumbrado público tiñe de amarillo la piel de la gente que camina lento entre perros vagos, humo de carne asada y niñas que cantan canciones sobre varicela y catarros están sentadas entre la vereda y un local de llamados, a media cuadra de la Plaza de Armas de Santiago. Sus madres están vendiendo comida típica del Perú en carritos de supermercado o en cajas de cartón una al lado de la otra. Alimento callejero, caliente, listo. Precario, y al paso. (más)
lunes, 30 de marzo de 2009
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