lunes, 19 de mayo de 2008

El sábado conocí a Mahida y a sus hijos. Tenía algo de miedo por aquello del idioma. Sabía que ellos no hablan castellano, y yo ni una palabra de árabe. Así fue como los conocí, y es cierto que los gestos no son suficientes. Muchas cosas quedaron en el aire mientras nos mirábamos con una universalmente comprensible cara de “¿¡Qué!?”; pero terminamos por reírnos y dejarlo pasar. Ya habrá tiempo para conversar más adelante.
Pese a todo, nos entendimos. Ahora sé que masari significa dinero, que halue (¿o helue?) significa lindo, y un par de cosas más. Sé que Mahida es una mujer suave y dulce, que perfectamente podría ser la mamá de cualquiera de nosotros. Sé que tiene una hija, Isra (preciosa como una muñequita) y un hijo, Achmet (o algo así, pues las risotadas que soltaba cada vez que decíamos su nombre me llevan a suponer astutamente que no lo estábamos diciendo bien). Sé que Isra tiene 14 años y su hermano 16, y que los padres y los hermanos de Mahida están en Chile con ellos. También está su sobrina, una guagua exquisita que probablemente en unos años más no se diferenciará en nada de los niños chilenos. En realidad, a los niños más grandes tampoco les va a costar aprender a hablar igual que nosotros, aunque es posible que los mayores, como Achmet e Isra, conserven el acento de su lengua durante más tiempo. Para los adultos va a ser mucho más complicado, y no sólo el idioma, sino todo lo que significa adaptarse a esta nueva realidad. Pero para eso cuentan con el apoyo de la Colonia Palestina y con el trabajo de la vicaría. Yo, al menos, tengo la impresión de que el sábado -pese al problema del idioma- dimos el primer paso hacia nuestro titánico objetivo: que realmente lleguen a sentir que éste es su hogar.
Liliana Mera
Voluntaria

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los felicito, niños.
Chile es un lugar mejor por lo que hacen.
No solamente para estos nuevos chilenos, sino para todos nosotros.