Hoy puedo resumir en dos palabras como estuvo el paseo al zoológico, EXCELENTE y muy entretenido, pero más que mi experiencia en el paseo, quiero referirme sobre la calidez humana, la entrega y confianza en el otro. Eso lo tienen los refugiados, y todos, sin excepción.
Hoy en el siglo XXI, en un mundo tan globalizado, competitivo e individualista, conforta, llena y te hace sentir una persona con mucha suerte, el relacionarte con gente que lo entrega todo, que confía en ti sin conocerte y que te hace sentir bienvenido en su hogar.
Ellos con una historia tan fuerte, que fueron exiliados dos veces, la primera de su país Palestina y la segunda del país que los acogió Irak, donde después viven en condiciones infrahumanas durante dos años entre dos fronteras, luego viajan al otro lado del mundo a Chile, un país con muy distintas costumbres, religión, idioma y escritura, entre otras cosas, ellos en vez de sentirse asustados de todos estos cambios, temerosos del quien se les acerca, hacen todo lo contrario, abren las puertas de su hogar y corazón, nos muestran sus costumbres, comidas, nos invitan al rico “Cahue” con cardamomo que da un aroma y sabor especial, donde lo único que se sientes es dicha y ganas que no se acabe el día, para no volver al mundo cotidiano, frío, distante e individualista.
Hoy lo primero que se les enseña a los niños es no hablar con los extraños, pero cuando entro al pequeño mundo de los Refugiados palestinos, me doy cuenta que para ellos eso no existe, ya que todos los niños y adultos me saludan con una gran sonrisa, me abrazan y se alegran al verme, y solo es la tercera vez que nos juntamos y ya parece que tenemos lazos, pero lo mejor es que no solo parecen, es que ya los tenemos. Hoy eso es difícil de creer, ya que uno siempre se protege del extraño. Y este cambio, el vivir un rato en su cultura, te hace sentir feliz, dichoso, donde todo lo que uno hace vale la pena, porque verlos te alegra el día, la semana y lo único que quieres es volverlos a ver.
Joanna Lama
Hoy en el siglo XXI, en un mundo tan globalizado, competitivo e individualista, conforta, llena y te hace sentir una persona con mucha suerte, el relacionarte con gente que lo entrega todo, que confía en ti sin conocerte y que te hace sentir bienvenido en su hogar.
Ellos con una historia tan fuerte, que fueron exiliados dos veces, la primera de su país Palestina y la segunda del país que los acogió Irak, donde después viven en condiciones infrahumanas durante dos años entre dos fronteras, luego viajan al otro lado del mundo a Chile, un país con muy distintas costumbres, religión, idioma y escritura, entre otras cosas, ellos en vez de sentirse asustados de todos estos cambios, temerosos del quien se les acerca, hacen todo lo contrario, abren las puertas de su hogar y corazón, nos muestran sus costumbres, comidas, nos invitan al rico “Cahue” con cardamomo que da un aroma y sabor especial, donde lo único que se sientes es dicha y ganas que no se acabe el día, para no volver al mundo cotidiano, frío, distante e individualista.
Hoy lo primero que se les enseña a los niños es no hablar con los extraños, pero cuando entro al pequeño mundo de los Refugiados palestinos, me doy cuenta que para ellos eso no existe, ya que todos los niños y adultos me saludan con una gran sonrisa, me abrazan y se alegran al verme, y solo es la tercera vez que nos juntamos y ya parece que tenemos lazos, pero lo mejor es que no solo parecen, es que ya los tenemos. Hoy eso es difícil de creer, ya que uno siempre se protege del extraño. Y este cambio, el vivir un rato en su cultura, te hace sentir feliz, dichoso, donde todo lo que uno hace vale la pena, porque verlos te alegra el día, la semana y lo único que quieres es volverlos a ver.
Joanna Lama
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